El estudio de la ciencia básicamente surgió por la necesidad de darle explicación y solución a los diferentes problemas e incógnitas que se le presentaban al hombre, tales como si la tierra es plana o redonda. Siendo su objetivo fundamental mejorar la calidad de vida de los hombres.
En la sociedad el desarrollo de la ciencia ha constituido un pilar clave, desde su creación institucional a finales del siglo XVIII hasta nuestros días. La institucionalización de la ciencia surgió aparejada a la emergencia de un nuevo modo de producción.
La llamada comunidad científica, se convirtió en la regente de los descubrimientos e inventos en todas las disciplinas, a través de la investigación organizada y concentrada mayormente en las universidades y sus centros de investigación especializada.
En opinión de Thomas Kuhn, la ciencia no era lineal sino cíclica y variable, se ajustaba a los procesos económicos, técnicos, políticos, religiosos, militares y de avance del conocimiento.
Los paradigmas científicos han constituido a lo largo de la historia, la fuente fundamental explicativa por parte de la ciencia de los fenómenos y hechos que surgen por el constante devenir de las transformaciones, cambios y contradicciones de la realidad humana.
Un mundo global lleva consigo no sólo la unificación de la producción y el intercambio de mercancías, sino también unifica las explicaciones científicas para el bienestar de todos. La ciencia no debe convertirse en mecanismo de opresión humana y promotor de las desigualdades sociales. Todo lo contrario. Debe ser el mecanismo de liberación social y de la inteligencia humana.
La realidad socio-económica ha determinado la necesidad de reorganizar las ciencias en un mundo cambiante, desigual y cada vez más unido a la producción capitalista de bienes y servicios en la era de la información.
La ciencia se interesa más por el desarrollo de leyes, las cuales son aplicadas por la tecnología para sus avances. Existe una tecnología para cada ciencia, cada rama posee un sistema tecnológico diferente, que permite un mejor desarrollo para cada una de ellas.
La ciencia y la tecnología han asumido un rol orientado al desarrollo de un mundo donde la información y las innovaciones científicas técnicas son el camino para el avance progresivo en los países del mundo. Aunque esta realidad no es asumida por la comunidad de países ricos, el compromiso por establecer mecanismos más idóneos para la consecución de estas metas, hace que la ciencia sea vista en su contexto socio económico concreto.
Como se pregunta Orlando Caputo Leiva en su artículo La ciencia y la tecnología en el contexto del siglo XXI "¿Acaso la ciencia cuyo origen y consolidación se creó en el contexto del capitalismo, será capaz de reducir las brechas de la producción y transferencia de tecnologías a los países pobres con amplitud, justicia y globalidad?"
Existimos en un mundo depedendiente del crecimiento de la ciencia y la tecnología. Los procesos de producción, las fuentes de alimentación, la medicina, la educación, la comunicación o el transporte son todos campos cuyo presente y futuro están robustamente ligados al desarrollo tecnológico y científico.
La concepción clásica de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad, presente en diversos ámbitos del mundo académico y medios de divulgación, es esencialista y triunfalista. Se resume en una simple ecuación como sugiere José Antonio López Cerezo en Ciencia, Tecnología y Sociedad: el estado de la cuestión en Europa y Estados Unidos:
“+ ciencia = + tecnología = + riqueza = + bienestar social”
Mediante la aplicación del método científico se espera que la ciencia produzca la acumulación de conocimiento objetivo acerca del mundo. Para Maxwell la ciencia sólo puede contribuir al mayor bienestar social si se olvida de la sociedad para buscar exclusivamente la verdad, pero habría que señalar que eso no es posible, pues la verdad es un concepto abstracto que poco o nada podría representar la mejora social. Por otro lado la concepción autónoma de la ciencia genera per se, otras contradicciones.
¿O acaso alguien negará qué la producción de armas nucleares y atómicas no constituyen una vergüenza en la historia del desarrollo científico y tecnológico, y una amenaza flagrante a la seguridad de cualquier nación?
Hiroshima y Nagasaki son tristes ejemplos del mal uso de la inteligencia humana. Desde entonces, las cosas no hicieron más que empeorar, acumulándose una sucesión de desastres vinculados con el desarrollo científico-tecnológico: vertidos de residuos contaminantes, accidentes nucleares en reactores civiles y transportes militares, envenenamientos farmacéuticos, derramamientos de petróleo, etc.
El perfeccionamiento de la tecnología no es resultado de una fuerza endógena, un método universal que garantice la objetividad de la ciencia y su acercamiento a la verdad, sino que constituye una compleja actividad humana. Sin duda, un enorme poder explicativo e instrumental que tiene lugar en contextos sociopolíticos determinados.
La ciencia y la tecnología actuales no suelen actuar como agentes niveladores, tal como hicieron otras innovaciones del pasado como la radio o los antibióticos, sino que tienden más bien a hacer a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, acentuando la desigual distribución de la riqueza entre clases sociales y entre naciones.
A su vez, la ciencia aplicada y la tecnología actuales están en general demasiado vinculadas al beneficio inmediato, al servicio de los ricos o de los gobiernos poderosos. Sólo una pequeña parte de la humanidad puede permitirse sus servicios e innovaciones. En fin, para que queremos armas de destrucción masiva, cuando hay que dedicar todo nuestro esfuerzo a resolver los grandes problemas sociales de la humanidad: comida fácil de producir, casas, atención médica y educación accesible.
No debemos olvidar, para completar este negro panorama, campos científico-tecnológicos tan problemáticos como la energía nuclear o la biotecnología, denunciados no sólo por su aplicación militar sino también por su peligrosidad social y ambiental.
Godfrey Hardy, el gran matemático inglés de la primera mitad de siglo, muy conocido por sus contribuciones a la teoría de números primos, escribía sobre la ciencia de su época a principios de la segunda guerra mundial:
«Una ciencia es considerada útil si su desarrollo tiende a acentuar las desigualdades existentes en la distribución de la riqueza, o bien, de un modo más directo, fomenta la destrucción de la vida humana».
Hardy escribió esas palabras en medio de una guerra, una guerra en la que se produjeron innovaciones como el radar o los ordenadores electrónicos, e incluso en la que la teoría de la relatividad acabó aplicándose en la construcción de la bomba atómica.
La ciencia y la tecnología contribuyen a mejorar las condiciones de vida, aumentando su calidad y transformando nuestro entorno. Sin embargo, han ocasionado problemas como: el aumento de la contaminación, el uso de sustancias tóxicas, el deterioro progresivo del medio ambiente, la desertización, el empobrecimiento de la flora y la fauna, los accidentes y enfermedades relacionados con la tecnología.
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